Carta a la madre
Desde algún maldito
Hospital de Psiquiatría,
a tan sólo 13 días del
cumpleaños de mi mamita.
Hoy
sé que puedo decírtelo todo, madre, al estar en un lugar como este, no sé si en
realidad pueda curarme o volverme aun peor, quizá nunca lo sabremos porque
nadie ha dicho algo sobre mí. Estoy consciente de que te he roto el alma,
madre, pero si tú hubieras conocido su piel, su aroma, la manera en la que me
miraba… Te lo diré todo, creo que mereces saberlo.
Después de llegar a casa y comer con mamá Ana, ella siempre
me llevaba a la sala donde revisaba mis progresos escolares, casi nunca hubo
problema, tú sabes qué tanto me esforzaba para ti, mamita. Cuando terminaba el
análisis de mamá Ana, ella ponía películas en el televisor, nos sentábamos
juntos y nos cubríamos con una sábana, veíamos lo que pasaba dentro de ese
rectángulo amoroso.
La primera vez que comenzó nuestro juego, no soportaba la
vergüenza de lo que sucedía en mi cuerpo, nacía un calor desde los pies hasta
las mejillas, no dejaba de mirar esa nueva realidad que golpeaba todos mis
sentidos. Mamá Ana aceleraba mis emociones, pasando de un lado a otro su pie,
se detenía en algunas partes de mi cuerpo, esa vez salí corriendo, entré al
baño, no soportaba todo ese calor, mamá Ana me siguió; ella reía a carcajadas,
nunca la había visto así, parecía otra persona: me acariciaba todo el cuerpo,
jugaba y jalaba de un lado a otro. ¡Qué vergüenza la mía, mamita!, que ahora
mismo estés leyendo esto… Después, para calmar mi temor, me dijo —A mamá Ana se
le antoja una paleta ¿Quién tiene una paleta?—
lo que sucedió a continuación no puedo contártelo, no me atrevo a que lo
leas. Pero puedo decirte que así pasaron muchos meses y algunos años, fue como
un pantano del cual no podía salir… Y tu mirada cansada por los problemas del
trabajo, tu cuerpo que cada día se hacía más viejo, me devoraba el
remordimiento de los juegos que compartía con mamá Ana, ¡ay! mamita, no quería
darte más preocupaciones y tenía miedo a que jamás me creyeras.
Todo empeoro el primer día que entré a la universidad, ella
había cambiado de repente, estaba molesta, llena de celos, ese día tú no
llegarías a casa, algo había pasado en tu trabajo y no dormirías aquí. Mamá Ana
me sacó de su habitación en la madrugada, después de jugar un poco, me dijo —Necesitas
conseguirte una novia— yo respondí —No necesito una novia, ya tengo una, te
tengo a ti y no quiero a nadie más—. Se apartó de mi cuerpo y comenzó a llorar,
no dejó que la abrazara, no quería que la tocara, me miraba con odio, con asco,
solo lloraba, comenzó a gritar de repente, —¡Eres igual que todos, cuando nos
descubran te irás, me dejarás, eres un maldito que no tiene remordimientos!— traté
de abrazarla, yo de verdad la amaba, mamita, créeme, yo la quería y jamás la
hubiera abandonado. Me vestí con rencor, con un odio compartido por dos amantes
que sólo Dios había visto y los habría de envidiar, dos amantes que no se
exigían más de lo que podían dar, éramos algo que, por no tener comienzo,
tampoco tendría final, éramos dos monstros que se despojaban de su disfraz
cuando el mundo los ignoraba. Ahí, en los lugares donde jugábamos con el amor,
podía jurar que el tiempo se detenía.
Salí de la habitación con un sabor salino en mis labios por
nuestras lágrimas, entré a mi habitación y comencé a beber una botella de licor
que guardábamos mama Ana y yo para ocasiones importantes, sé que bebí mucho,
perdí la conciencia de todo. Volví a la realidad cuando Lucifer salió de mi
cuerpo, vi su enorme silueta al otro lado de la cama, era una sombra pesada,
aunque no podía ver sus ojos, no puedo olvidar la sensación que rompió mi
cuerpo; él me miraba, orgulloso de lo que había causado. Sentí cómo se iba el
último aliento de “Mi Ana”, retiré la almohada de su rostro y miré cómo la luz
de sus ojos, esos ojos donde yo me reflejaba y me veía perdido, se habían
muerto.
Recuerdo bien cuando dijiste que habrían de incinerar su
cuerpo, aun muerta no quería dejarla. Ni Dante, ni mucho menos Orfeo habrían de
perdonarme por no morir con ella. Los familiares asistieron para admirar su cuerpo hermoso, aun muerto era
hermoso, 178 centímetros de piel clara, asombraba mucho cómo a pesar de sus 59
años podía existir tanta firmeza en sus senos y su trasero, su cuerpo delgado,
aunque un poco marchito por los años, eso no podía evitarse, su piel no era tan
fuerte como al inicio, su cabello se había vuelto delgado pero no había perdido
ese tono oscuro que contrastaba de manera perfecta con su espalda blanquizca,
sin olvidar sus enormes y profundos ojos, no existía otra parte que me gustara
más que sus ojos, había algo dentro de ellos, algo por lo cual me había
perdido. Durante los pocos días que los familiares visitaron nuestra casa, me
di a la tarea de mantener todos los ceniceros de la casa limpios, guardé todo
lo que estos producían y mira que fue bastante, así que cuando todo termino y
mamá Ana descansaba junto a papa Diego, en la primera oportunidad saque sus
restos reducidos a cenizas y en lugar de estas coloqué todos los restos de
cigarrillos que pude obtener, guardé los restos de mamá Ana dentro de un termo,
y siempre caminaba con mi querida y amada “Mamá Ana”.
Todo iba bien, me sentía querido y amado por Lucrecio, me
prometí que jamás le seria infiel a mamá Ana con una mujer, así que Lucrecio
estaba bien, cumplía mis apetitos más bajos, sólo fuimos eso, objetos sexuales
el uno del otro, hasta que un día el maldito hurgo mi en mochila, esa mochila
que nunca se separaba de mí, hasta cuando fornicaba con él la dejaba muy cerca,
pero la cubría con alguna prenda para que mamá Ana no pudiera ver lo que hacía;
cuando desperté después del efecto del opio, ese idiota tenía abierto el
recinto de mi amada, ya había terminado de leer las cartas que le escribía a
mamá Ana aun después de muerta, así como en vida, también muerta le escribía
cartas, tenía un patrón con respecto a eso: todas las cartas eran en una hoja
tamaño oficio, por un lado le decía todo lo que quería que ella leyera y por el
otro le hacía un pequeño dibujo; ella misma me pidió que siempre el
destinatario fuera “Fateesnia” (aún no se él porque), a ella le encantaban, se
las dejaba dentro de su estuche de maquillaje, jamás recibí una carta de ella
pero sabía de antemano que le gustaban y moría de risa algunas veces.
Una vez me dijo que esas cartas le recordaban a un hombre que
amó mucho, antes de que ella y sus padres dejaran Suiza y se instalaran en
México a causa de los monstruos nazis, él le dio de regalo de cumpleaños una
carta que la esperaba bajo su cuerpo colgado de una soga. Él se suicidó por
saberla imposible. Ella decía que sentía cómo una sombra la había cubierto
desde ese día, hasta siempre y que jamás la habría de dejar, siempre con la
esperanza fiel de encontrarse con él en el infierno, decía que para el boleto
hacia el inframundo, yo le había ayudado. Me aterraba a veces cómo de un “Te
amo, mi Anastasio”, podía pasar, sin dudar, a un “Cuando los tres estemos
muertos podremos fornicar felices, entonces allá seremos todo, con el hielo que
ha de torturar nuestros cuerpos”. Lloraba de repente, escondida, no dejaba de
explicar lo vacía que se sentía, y de repente cantaba “La vie en rose” era una
locura mágica. Ella me obligo a estudiar ciencias políticas, decía que
solamente hombres tan bajos podían llegar a gobernar un país.
Traté de matar a ese maldito de Lucrecio, ya era tarde, la
policía llego muy rápido, solo pude darle algunos golpes. Me creyeron loco,
mamita, nunca he estado loco, tal vez confunden el hecho de estar enamorado con
algún tipo de locura, o tal vez me juzgan porque no conocen el amor, ¿yo que
culpa tengo de que ella haya sido tu madre y yo su nieto? ¿Por qué Dios habría
de castigarnos de esa manera? Si él nos había hecho así, él también quería que
nos amaramos, pero todo el mundo habría de conspirar para que nuestro amor se
apagara.
Ahora que mamá Ana me visita muy seguido, me da un poco de
esperanza, ella fue la que insistió mucho a que te enviara esta carta, confía
en que tu buena alma me perdone y me saque de aquí. ¿Sabes? Ella te extraña
mucho, dice que iremos a verte juntos. ¡Mamita! Por favor, no tardes en
llevarme a casa, te he de advertir que estamos sufriendo mucho aquí, si tú no
nos llevas, nosotros nos la arreglaremos solos para salir, dice mamá Ana que
hemos de matarte si te niegas a ayudarnos, y que me enseñará a pintar con tu
sangre, y con tus vísceras haremos un lindo tapete para nuestra habitación;
todos esos adornos son una exageración, ya se lo dije a ella, pero quiere que
nuestra nueva casa luzca bien.
¡Mamita! No tardes, ¿verdad que no tardaras? Piensa un poco
en tu madre y en tu hijo, que te extrañan mucho.
Se
despide con mucho cariño, tu hijo, Anastasio.
PD.
Dice mamá Ana que la bicicleta de navidad, cuando tenías 6 años, la vendió papá
Diego, no la robaron como te hicieron creer. Mamá Ana está viva y si tardas
mucho podríamos darte una sorpresa para tu cumpleaños.
PD2.
También sabemos que te cambiaste de casa y conocemos tu dirección, también tu
nuevo empleo en el Restaurante “Los Piticuises”, ella me lo cuenta todo, tal
vez ahora mismo este a tu lado, sentada en el sillón marrón que compraste hace
unos días, dice que no tienes televisor, que lastima…
Diego Ángeles.
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