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Mostrando entradas de septiembre, 2018

Profesión o dinero

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Sentada en la sala de espera de un hospital, esperaba los resultados de cáncer de mama de mi abuela. Me distraía observando a un chico demasiado joven, demasiado alegre y muy intelectual para trabajar en un hospital. No llevaba bata ni estetoscopio, no tenía ese aire de dios y grandeza de todos los doctores. Me llamó la atención que pasaba con montones de documentos en una mano y en la otra, un libro de Jorge Luis Borges. La tercera vez que pasó, se sentó a lado mío y preguntó: — ¿Tienes mucho esperando?— Respondí que no.             —Es horrible estar en un hospital y más trabajar en él… me llamo Julio— decía mientras se acomodaba el gafete.             —Sí, debe ser horrible— afirmé moviendo la cabeza. Lo que me sorprendió aún más fue ver las tres “L” en su gafete y le pregunté ¿Qué hace un licenciado de Letras Latinoamericanas trabajando en un hospital?  ...

Mínimas

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¡Adiós princesa! Se amaban, insaciables. Dos criaturas hechas la una para la otra. Al verse a los ojos, sabían que el Príncipe Azul era un mito. El amor no tiene color, eso es ficción cinematográfica.   Juntaban sus labios, insaciables. Ya no le temían a las manzanas rojas, ni a las ruecas encantadas, ahora su amor dejaba de ser una ensoñación para ser una realidad. Las princesas de esas historias lo habían decidido   , hacerse el amor hasta la saciedad, recuperar el tiempo manchado por la mirada lasciva sin sentido, de un sistema de centros comerciales y figuras anoréxicas, eso significaba desaparecer su mundo de hadas madrinas, de enanos masturbadores, de príncipes wannabes y de amor medieval.   Minotauro teseónico El Minotauro teseónico desde la ventana de su laberinto, enamorado, recitaba en voz baja su poesía mientras miraba a Alicia psicotrópica viajar perdida a su interior, sin encontrarse. La bestia encantada deseaba atravesar ...

El siete vidas

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A Heriberto: Donde quiera que estés, aún siento tus caricias sobre mi rostro. Me abracé al cuerpo inerte de mi madre, ya estaba frío. Me aferré a ella como retando a la muerte, que no me la arrebatara, pero era inútil. No era la muerte quien se la había llevado. Esa maldita Revolución me había matado a mi madre desde antes: cuando mi padre se fue.             Contemplé durante horas aquel cadáver que me había dado la vida, miré detenidamente su rostro marchito, aquellos ojos tristes, de mirada amarga, el carmín de sus labios se había desvanecido. Su cabello negro como las noches que padecimos buscando a mi padre, tejían sus trenzas de filigrana. El esbelto y casi cadavérico cuerpo de mi madre, ahora ya sin vida, me venían a recordar que estaba solo en el mundo. Me puse a rezar.             —Padre Nuestro que estás en los cielos…     ...