Profesión o dinero
Sentada en la sala de espera
de un hospital, esperaba los resultados de cáncer de mama de mi abuela. Me
distraía observando a un chico demasiado joven, demasiado alegre y muy
intelectual para trabajar en un hospital. No llevaba bata ni estetoscopio, no
tenía ese aire de dios y grandeza de todos los doctores. Me llamó la atención
que pasaba con montones de documentos en una mano y en la otra, un libro de
Jorge Luis Borges. La tercera vez que pasó, se sentó a lado mío y preguntó: — ¿Tienes
mucho esperando?— Respondí que no.
—Es horrible estar en un hospital y más trabajar en él…
me llamo Julio— decía mientras se acomodaba el gafete.
—Sí, debe ser horrible— afirmé moviendo la cabeza. Lo que
me sorprendió aún más fue ver las tres “L” en su gafete y le pregunté ¿Qué hace
un licenciado de Letras Latinoamericanas trabajando en un hospital?
—Lo mismo que un licenciado conduciendo un taxi o un
nutriólogo vendiendo tamales: ganarse la vida. ¿Sabes? Hoy termino mi segunda
novela— dijo sonriendo y extraviando su mirada en aquel piso sucio, manchado de
pisadas que se alejan sin esperanza alguna.
—Me dio mucho gusto conocerte— y se alejó mientras
escuchaba los gritos del nombre de mi abuela.
Me quedé sentada pensando si podría haber una puta feliz
que trabaje de noche y pinte de día o un abogado que ejerza de día y robe de
noche.
Sí, definitivamente los hay, habrá una puta pintora feliz
y un abogado que robe y ejerza feliz.
Son las cinco de la tarde y
los consultorios están cerrados; creo que mi abuela morirá de espera.
Monserrat Durán Villaruel.

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