Querida Anorexia...
Marzo 16, 2019.
Querida
anorexia:
A muchos el simple hecho de pronunciar
tu nombre les asusta, los intimida, y el vivir con un Trastorno de la Conducta
Alimentaria les resulta incluso hasta macabro, pero a mí me resultaste tan
fácil de sobrellevar que ya no me das miedo, ya no me asusta el confrontarte,
viviste dentro de mí por siete años y hoy por fin escribo mi carta de
despedida.
Antes de empezar, quiero decirte un par
de cosas. La primera: ya fue suficiente, ya me hiciste mucho daño y también me
alejaste de las personas que más se preocupan por mí. Me alejaste de mi familia
y me alejaste de mis amigos. Me acercaste a otros, te lo agradezco, pero algo
que jamás te voy a perdonar es por haberme alejado de mí misma.
La segunda cosa por la cual te escribo,
es para decirte y pedirte de la manera más atenta que te alejes de mí. Te
rehusarás a ello (pues vives en cada fibra de mi cuerpo y en cada conexión
neuronal de mi cerebro) ya que en los últimos ocho meses te convertiste en mi
única y fiel compañera. El tiempo que estuviste conmigo todo parecía estar bajo
control, parecía estar correcto y día con día me quitabas tiempo de mí vida.
El vivir contigo fue como vivir una
relación tóxica, enfermiza y codependiente. Te volviste mi mundo, todo giraba
en torno a ti, a tus caprichos y mandatos. En ese tiempo me hiciste sentir paz,
pero realmente me estabas matando.
Me manipulaste a un grado en el que me
hiciste perder el control. Honestamente, la idea de soltarte me resulta difícil
porque una parte de mí te quiere conmigo, mientras que otra necesita que te
alejes y me dejes vivir, pero esta vez bajo mis propios caprichos y mandatos. Es
momento de que nos dejemos ir, es justo tanto para ti como para mí, ¿no crees?
A veces, me cuestiono mucho la razón
por la cual me resulta tan complicado el soltarte. Tu forma de mantenerme
“viva” es y fue sólo un reflejo del cómo me hiciste vivir.
La manera en la que me “alimentabas” me
resultaba bastante segura, porque en el fondo sabías que me daba miedo tomar
ciertos riesgos, me daba miedo equivocarme, me hiciste creer que todo debía ser
perfecto, incluyéndome. Eso lo tradujiste a un “me da miedo engordar”, aprovechaste
mis debilidades para esconderme bajo tus costillas y claro, nunca estuviste
sola, al menos no conscientemente, porque mucha gente te apoyó sin darse cuenta
pues al final del día, ¿cómo no me iba a enamorar de mi trastorno alimenticio
si todo el mundo me decía que me veía mejor sin esos kilos “extras”?
Disfrazas la comida como la metáfora de
la vida, la cual te ayudó a permitirme no sentir ningún tipo de emoción, porque
tú y yo sabemos que el idioma de los sentimientos es muy difícil de explicar,
es difícil de comprender, sobre todo es muy difícil de aprender a expresar.
Y por cada alimento que me
restringiste, me ayudabas a evadir a todo aquello que podía provocarme sufrimiento,
decepción, tristeza. Me hiciste vivir a medias, utilizaste tu mágico poder de
soportar hambre por días, por semanas como una máscara que no me dejaba ver mis
propias debilidades, mis miedos, mis demonios…
Hoy me doy cuenta de que sólo vives en
mi mente, que tu objetivo principal siempre fue sumergirte en mi alma hasta
corromperla; es triste pensar que casi lo logras. Comprendo que eres una
enfermedad mental muy difícil de superar, más no imposible.
Yo no te elegí y lo sabes
perfectamente. Te esforzaste tanto por llegar a mí que haces verte ante la
sociedad y ante los ojos de los demás como un capricho, una superficial vanidad
y hedonismo. En realidad, lo único que atraes es sufrimiento, soledad,
depresión, y desesperanza, no sólo para mí sino también para los que me rodean.
Eres tan silenciosa que resultas ser el peor de los suicidios.
Pocas veces me hiciste sentir tan viva
cuando me hacías caminar junto a la muerte. Pocas veces me hiciste sentir tan
cansada a un nivel en el que mi cuerpo ya no tenía energía. Pocas cosas en tu
nombre pidieron matarme aun estando un tanto alejadas de mí, y aunque me
hiciste creer que yo tenía el control, en realidad me hacías caminar al
precipicio y cuando por fin me hiciste caer a lo más bajo del infierno dejabas
que pocas cosas me hicieran sonreír. Eres tan extraña que me hiciste compartir
tu alegría y satisfacción por pesar cada día un kilo menos.
Tengo muy claro que nuestra separación
resultará muy caótica y fortuita, porque sé que no te irás, que tu fantasma
permanecerá en mí como un escalofrío que me recorrerá la espina anunciándome
que no morirás, que sólo te esconderás en lo más profundo de mi ser, pero no me
preocupa, porque tu frío me dará la fuerza que necesito para luchar
constantemente contra ti, yo no quise tenerte, pero sí quiero la posibilidad de
tener mi propia vida, una vida llena de libertades y de amor propio.
Ya no me aterra el decirlo en voz alta
y mucho menos admitirlo. Acepto que tengo anorexia y eso no me hace ser mejor
ni peor persona. Acepto que estás sumergida en mi piel, acepto también que me
hiciste tocar fondo. Ahora me haces pensar en una vida sin tí y por más oculta
que estés en mi cabeza, por más que te escondas, más fuerte resaltarán los
motivos por los cuales quiero ver un nuevo amanecer. Gracias por hacerme más
fuerte de lo que creí que podía llegar a ser, gracias por darme un futuro, una razón
para poder alejarme de ti y un motivo para vivir.
Te voy a extrañar, por favor eso no lo
dudes. Voy a extrañar aquella satisfacción que me hacías sentir al tener
hambre, pero también ten en mente que te echaré mucho de menos. Esta será la
última vez que nos veamos frente a frente, hoy te dejo atrás, hoy por fin tomo
la decisión de soltarte, y tú por favor, déjame volar.
Con cariño, la más leal de tus amigas:
Majo.
Comentarios
Publicar un comentario